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martes, 21 de junio de 2011

En junio, el día veintiuno es largo como ninguno.

     Lo había oído varias veces, empero no hacía mucho caso. Un día fui testigo.


     Como tutor de un grupo de Secundaria me dijeron que bajase al salón de actos para acompañar a mi grupo a una sesión de educación afectiva-sexual. ¿Quién lo impartía? ¿Lo mandaba la Consejería? ¿Quién pagaba aquello? ¿Los padres y madres estaban informados del contenido de aquella sesión, sus objetivos? ¿Había algún Sindicato detrás de todo aquello? En aquel momento estaba yo muy verde en estas lides y no creía que tras las luchas de "angunos" por echar la Religión, símbolos religiosos y lo espiritual y trascendente de la Educación, la vida pública, política, etc. etc. se escondía la "obscura" pretensión de quitarse a unos competidores para tener campo libre para dar sus "catequesis" de forma feroz y dictatorial.
    
      Allí había un joven con un pene y unos testículos de resina en la mano. Todas las miradas fijas en "eso". Empezó su charla "guay" y demostración manipulativa, precisa, cubriendo el pene  con un preservativo. Luego, los chicos/as más atrevidos probaron... Fin.

      ¿Cuál es el problema? ¿El que tocasen un pene resinoso o viesen un preservativo de cerca? No. El problema es que en ningún momento de la charla "guay-catequética" se dijese: "calma, esperad un poco. Las relaciones sexuales y más si son completas son algo muy serio. Son totalmente normales y necesarias todas las sensaciones que tenéis en estos momentos y estamos programados para ello. Pero estos actos además de ser placenteros deben ser responsables pues todo lo que hacemos tiene unas consecuencias. No sólo por adquirir y transmitir enfermades sino además, a pesar de las protecciones, la alta posibilidad de paternidad y maternidad para la cual no estáis preparados y luego deshacerse de la nueva vida no es cosa de risa. (Para mí es un acto homicida se mire como se mire y si se engendra vida hay que cuidarla hasta sus últimas consecuencias, mas yo no doy la charla). Además el acto sexual es algo muy íntimo de la persona, de su psicología y su afectividad que conviene cuidar y mimar. Y por supuesto nunca practicar sin amor..."
"No obstante si a pesar de lo dicho, ya estás practicando sexo, no quieres monsergas, no deseas esperar, tus padres te han inculcado otras ideas, entonces por lo menos vamos a tomar unas mínimas precauciones..."

       Entonces es cuando llegado a ese punto, puede empezar con las manipulaciones. Y hubiese sido de agradecer que a los chicos/as les hubieran indicado a través del moco cervical cuando son los días de ovulación-fértiles, etc.,etc.

       ¿Escandalizo? Entonces, damas y caballeros, desde mi punto de vista, estamos locos... No obstante, tengamos paz.      
      
       Hace un tiempo, en el día más largo del año, como hoy, San Luis, hice un pequeño regalo que también va por ustedes:


        Para mis hijas, Sara y María,

      en agradecimiento por todas

las infinitas alegrías

que me regaláis cada día.

Sois la inspiración de estos cuentos y adivinanzas

que surgen mientras comemos, caminamos, viajamos...

en familia.



Gracias, Cristina, por tus consejos.

Gracias, Cristina, por todo...

Orihuela, verano del 2006.

   


En junio, el día veintiuno

es largo como ninguno




—¿Sabéis una cosa?

—¿Qué cosa? —me decís.

—Que hoy empieza el verano y, además, es San Luis Gonzaga. Así que si conocéis a algún Luis tenéis que felicitarle, pues es su santo, y le regaláis una gorra azul para el sol o un flotador amarillo para la piscina.

—¿Sabéis otra cosa?

—¿Otra? —preguntáis con asombro —¿qué cosa?

—¿A que no sabéis el nombre de mi primer colegio?

—¿Cuándo eras pequeñito?

—¡Claro! Cuando era como vosotras —me miráis un poco indignadas por mis últimas palabras.

—¡Ya somos mayores! —pensáis.

“San Luis Gonzaga abrazando el Crucifijo”.
 Luis López Piquer.
Fundación Lázaro Galdiano.

 —¿Lo sabéis o no? -os vuelvo a preguntar.

—¿Cómo se llamaba? —me respondéis, por fin.

—San Luis Gonzaga...y desde la ventana de mi casa veía el colegio cuando caía enfermo y vigilaba la salida de los niños al patio.

Aún me acuerdo del primer día de clase... Me castigaron por no sé qué hice. ¿Qué castigo? No sé, pero seguro que me castigaron, eso sí que lo recuerdo, estaban todos los maestros locos, no entendían que nosotros no teníamos ni idea qué diantre hacíamos allí. Al segundo día me perdí, ya no recordaba la clase a la que tenía que ir. Y confundí un grupo de niños, que estaban en el patio verde con su maestro, con mis compañeros. Cuando el maestro se percató de mi intrusión, molesto, me hizo un largo interrogatorio público y recuerdo que todos comenzaron a reírse. Eran chicos más mayores y yo, claro está, un novato. ¿Cómo llegué a mi clase? No lo sé... ¿Llegué?...

¡Pero, si aún no os he contado quién era San Luis Gonzaga! Para empezar os diré que tuvo siete hermanos y él era el mayor de todos ellos. Su familia era muy rica y poderosa; ¡su padre era un marqués! Vivían en Italia y cuando Luis tenía sólo diez años le dijo a la Virgen María que quería ser inmaculado como ella. Pero, su padre tenía otras intenciones, quería que su hijo Luis, como era el mayor, heredase el título y la fortuna familiar y le educó para ello. Sin embargo, Luis no hacía más que rezar a Jesús y a la Virgen María y, también, leer vidas de Santos...

Se me olvida algo... ¿qué es? ¡Ya sé! ¿Cuándo nació San Luis? Hace más de cuatrocientos años. Os digo esto para que sepáis que en aquella época, en las familias ricas, los hijos mayores o primogénitos heredaban la riqueza de sus padres y que cuando el papá de San Luis, don Fernando Gonzaga, marqués de Castiglione, se enteró de que su hijo, el mayor, el primogénito, su ojito derecho quería ser religioso en lugar de un rico marqués se puso furioso y durante varios años se opuso con todas sus fuerzas a los deseos de su hijo.

Un día, don Fernando, invitó a las jóvenes más bellas del lugar a un almuerzo en los jardines de su palacio para que su hijo se enamorase de alguna de ellas y así no se hiciera religioso, pero, San Luis, dio la nota. Cuando finalizaron el almuerzo, todos los muchachos invitados, para hacerse los chulitos delante de las chicas, desfilaron a caballo mostrando su gallardía y su destreza. Cuando llegó el turno de Luis todos esperaban verle montado en un hermoso caballo blanco, pero él apareció montado sobre un pequeñito burro pardo y mirando hacia atrás. ¡Cómo se enfadó don Fernando!

Todos los días San Luis Le rogaba a su papá:

—Padre mío, no quiero ser marqués, deseo ser religioso para servir mejor a Jesús. Dadme vuestro consentimiento, os lo ruego.

—No hijo, tienes que ser marqués —respondía el padre con gran seriedad. Y así estuvieron durante un tiempo, el papá decía que no y el hijo, siempre con mucho respeto, por favor que sí.

Don Fernando, resignado, dio su consentimiento para que Luis fuera religioso. Por fin, Luis pudo ser lo que siempre había deseado y se hizo jesuita. Pasó el tiempo y Luis era muy feliz. Pero, en Roma las personas empezaron a ponerse muy enfermas y a morir por una enfermedad muy mala que se llamaba “la peste”. Esta enfermedad atacaba a las ratas y las pulgas la transmitían a las personas y se ponían muy malitas. Entonces, San Luis, se dedicó a cuidar a estos enfermos y a contarles historias de Jesús. Y con sólo veintitrés años también él enfermó y murió, el día veintiuno de junio.

Al morir tan joven y llevar una vida de pureza la Iglesia le nombró patrón de la Juventud cristiana.


“San Luis Gonzaga meditando”.
Fº José de Goya y Lucientes
Múseo BB.AA Zaragoza.
Por otra parte, la devoción popular le invoca para los dolores de estomago pues se sabe que a lo largo de su corta vida padeció esta dolencia. 

—Papá, esas flores blancas del cuadro son muy bonitas y huelen muy bien.

—Son lirios y es el símbolo de la vida de pureza de este santo y...

—Papá ¿por qué mira la cruz? —me interrumpís con curiosidad —¿Es que Jesús le está hablando? ¡Y esa “calvera” da mucho miedo!

—Esa ca-la-ve-ra —os corrijo —nos recuerda que esta vida no es para siempre y no sé si Jesús le esta hablando, pero se sabe que durante sus últimos días, San Luis, no hacía más que mirar un crucifijo que tenía en su cuarto.

—Y esta historia se ha acabado —os digo cansado.

—¡No! Otra, por favor, papá —me rogáis lastimeras.

—Moraleja —concluyo: “En junio, el día veintiuno es largo como ninguno”. Os quiero mucho. Abur.





©Dionisio Abenza López. DIAL.













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