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sábado, 27 de diciembre de 2008

SILENCIO, POR FAVOR


Cuando me cuentan lo bien que lo pasan algunas personas bailando en esos santuarios en los que acampan los decibelios a sus anchas, y me siguen diciendo que, después, les acompaña, ya en el silencio nocturno de sus casas, un zumbido en los oídos durante varias horas, no puedo evitar acordarme de una frase, creo que de Schopenhauer:“La cantidad de ruido que alguien es capaz de soportar sin perturbarse está en relación inversa con la de su capacidad mental”.
Afirmar que estas personas son cabezas huecas no es serio ni aconsejable. Pero sí se puede asegurar que acostumbrarse a tanta contaminación sonora disminuye la sensibilidad auditiva y la facultad de atender. Dos aspectos importantísimos para la vida, la educación y el disfrute de la música. La capacidad de escuchar, de escucha atenta, es sinónimo de disfrutar del SONIDO, simplemente y con mayúsculas.
A estas personas habrá que decirles que nuestro oído tiene límites en lo que se refiere a la intensidad de los sonidos. Superar esos límites es muy peligroso. Para medir la intensidad del sonido se utiliza un aparato llamado sonómetro, que utiliza como unidad de medida el decibelio (dB), y entre los 130 y los 140 dB se produce el umbral del dolor. Se puede perder total o parcialmente la audición. (Las discotecas, entre otros lugares lúdicos musicales y demás revienta tímpanos, y más aún si te colocas al lado de un altavoz, juegan con esta cantidad de decibelios peligrosamente).
Por otro lado, el exceso de ruido también produce alteraciones psíquicas como estrés, alteraciones del sueño y de la atención, depresión, falta de rendimiento, agresividad, etc. En el ámbito social, el efecto inmediato del ruido es la incomunicación.
Pero tranquilos, no en vano estamos en uno de los países más ruidosos del mundo y tenemos que ser buenos patriotas. ¿Sabíais que precisamente las fuentes de ruido más habituales son las zonas de ocio (bares, discotecas…), además del tráfico urbano?
Sin embargo, hay un aspecto del ruido que estamos olvidando. En nuestro siglo XX, la gran difusión y el consumo de la música grabada está provocando que ésta se transforme en ruido.

Sí, desde el punto de vista de la contaminación sonora, todo sonido no deseado es ruido aunque su intensidad sea moderada. Y es que estamos obligados a escuchar música a cualquier hora y en cualquier lugar. Si vas a un comercio o a un bar, o a una oficina, o a una sala de espera, al dentista, o en el autobús; si visitas al amigo, su televisor te habla por el otro oído. El cielo nos ha castigado con música ambiental continua.

Leed lo siguiente, por favor:“Denunciamos unánimemente la intolerable violación de la libertad individual y del derecho que cada uno tiene al silencio, a raíz del uso abusivo, en lugares públicos y privados, de música grabada o radio difundida”.
A la vista de este texto, que pertenece a una moción presentada en el año 1969 ante el Consejo Internacional de la Música, organismo perteneciente a la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación), nos podríamos plantear si hemos progresado mucho en esta materia desde aquel año. Para ello resulta también inevitable meditar sobre este principio:“El DERECHO que cada uno tiene al silencio”. SILENCIO, derecho al silencio.
Sí, es verdad, es algo que he explicado muchas veces en clase: el silencio absoluto no existe. Lo hemos comprobado más de una vez cerrando los ojos, escuchando. En un principio, silencio; luego, en unos segundos, acuden muchos diminutos sonidos que escapan a nuestra percepción general, porque siempre hay sonido. Pero, en la medida que puedo, intento que se cree ese silencio mínimo que permita florecer a la música.
Por mi parte, acabo deseando que se pueda crear silencio, se escuche y, si se desea, se disfrute de la música; no, mejor, que se disfrute de todo sonido, hasta del que se oculta tras cada silencio. Reclamemos un nuevo derecho para la humanidad: el derecho al silencio.
Dionisio Abenza López

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